De Niñxs Potencia y Celadores Crucifijo

    Andábamos lanzados a las rutas, atravesando las tierras colombianas como deslizándonos por un canal perfecto. Junto a nosotrxs se sucedían los bosques y las sierras. Los peajes nos cortaban el paso a todo momento, pero los esquivábamos con postales a voluntad.  
Desembarcamos luego de días de andar en otra gran ciudad, Bucaramanga.
  
   Entre un cementerio, una feria de flores y la estación de bomberos, nos encontramos preparando el almuerzo dentro del Caracol. Los aromas brotan de sus ventanas, se huele la sazón que se va acumulando a través de las enseñanzas culinarias del camino. Y en esas faenas, como tantas veces sucede, se acercó un hombre a conversar, preguntar, indagar. Al saber de nuestras aventuras nos habló de un edificio frente a nosotros, grande, blanco y despintado, con humedades que se filtraban en distintos rincones. 
Los nombres se pueden decorar de diversos modos, mas era, en definitiva, un espacio de reclusión para menores. Aquellos que el estado construye para hacerse de los niñxs; cuyos progenitores no existen, no están, o no cumplen los requisitos estatales para serlo. 

   Mientras almorzábamos y esperábamos para ducharnos en el Cuartel de Bomberos, veíamos asomados a las ventanas a un ejército de chamaquitos que nos miraban curiosxs. Supimos entonces que allí nos esperaban, de un modo, o de otro. Las gestiones se realizaron, y las puertas con rejas cedieron ante las llaves de los celadores, llaves colgadas de sus cuellos como crucifijos. 
Todo era reja, silbato y portones de hierro. Adentro, un panóptico difuso, con revisiones de pertenencias y responsables por habitación. Castigos y recompensas, gritos, rezos, y silencio en las comidas. 
Ahí entramos, con un proyector, unos pinceles y pinturas bajo el brazo. 

   Lo primero que sentimos fue esa hermosa tensión entre las fuerzas constantes y potentes de la niñez, y el impulso disciplinario. La dominación era una cuestión de momentos, espacios y rincones. Los esfuerzos de los celadores y autoridades lograban encauzar las fuerzas, mas todo el tiempo se podían ver reflujos y desvíos de energía, niñxs que se perdían en los pasillos y se convertían en cerámicas o picaportes, o que corrían en los tejados hechos agua. Luego de ratos eran reencauzados, mientras que otrxs se desviaban a su vez. 
Andar por los rincones del edificio era toparse todo el tiempo con un flujo o reflujo, un poder consolidado, o un desvío perdido entre las sombras de una niñez que sólo clama por atención y más si se puede, risas y abrazos.

  Sumergidos en ese mar, desplegamos. Las potencias eran más caóticas que lo acostumbrado, y costó todo un día comprender algunas fuerzas y luego dialogar entre lxs bandolerxs sobre las estrategias para gambetear y componer adecuadamente con ese territorio.  
Esto brotó luego de los tres días en que nos infiltramos entre paredes húmedas y despintadas, niñxs potencia, y celadores crucifijo.