El quinto país y su gente


Lxs Bandolerxs finalmente lograron cruzar limites ficticios, fronterizos. Fueron muy bien recibidos del lado llamado “Colombia”… tanto que hasta la joven oficial aduanera, se entusiasmó con la idea de la cafetería ambulante. Acto seguido del otorgamiento de los 90 días para que el Caracol y sus tripulantes recorran tierras andariegas, la joven confirmó que lxs bandolerxs estaban llegando al lugar adecuado.

El Santuario de las Lajas quiso ser el primer lugar de abrigo… pero ante la falta de tabaco y la actitud extremadamente devota y peregrina de sus habitantes, que confiesan con pesar no tener tabaco para vender (pero si espumosa cerveza); y siendo la noche lloviznosa y fría, lxs bandolerxs resuelven transitar 5 kilómetros más y llegar así al pueblo del que habían escuchado hablar: Potosí. Alli fuman tabaco y debaten cómo solucionar el problema del caparazón del caracol. Se ha caído una vez más y amenaza con seguir haciéndolo si las carreteras con las que se encuentra están pozeadas y no se refuerza.

Asi es que comienza el caminar las calles de Ipiales, explicando que hay  un caracol con su caparazón en estado de emergencia. Aparecen Wilmer y Giovanni, dos jóvenes muchachos de pocas palabras que saben con sus silencios confirmar que se podrá contar con ellos, con sus herramientas y su amabilidad.

Gracias FerreLaminas por ser parte de nuestra aventura; enseñándonos que no hay mejor maestro que aquel que humildemente se despoja de lo que tiene para compartirlo. Aquel que trabaja en silencio a tu lado, observándote y guiándote para que sigas caminando. Aprendiendo.

Colombia se abre para recibirnos y nosotrxs estamos inmensamente dispuestos a penetrar en ella.

1 SEMANA EN LA FRONTERA


    Aquel que ha recibido el nombre de “Caracol”, ya por varixs conocido, junto a sus bandolerxs tripulantes a bordo, han llegado el día 6 de marzo del corriente a tierras “fronterizas”. Puente Rumichaca ha sido bautizado. Según la leyenda quechua es el “puente de piedra”; luego de la conquista se convirtió en la estructura arquitectónica que divide Ecuador de Colombia.

   Sobre el hermoso brazo de un río, crece un floreciente mundo boscoso. Lo han dividido en dos partes, han trazado un puente y construido a su alrededor instituciones estatales que reciben a diario, las 24 horas, a miles de migrantes, viajerxs de un lado al otro del largo río. 
El lugar merece un relato aparte. Quien escribe se encuentra obligadx a interrumpirlo para relatar lo acontecido in situ, mientras buscaba palabras.

   Encontrándose dentro de las instalaciones migratorias ecuatorianas, puede verse una fila que la conforman cerca de 30 personas. En frente de ellas se ubican 4 cubículos espejados con funcionarixs migratorios dentro. Hacen preguntas. Introducen información en “el sistema”, sellan pasaportes y tarjetas andinas. En general el sonido del ambiente es de silencio. Se escucha murmar bajito a rostros preocupados, se hacen preguntas legales entre sí cuya respuesta desconocen; fruncen el ceño, comparten experiencias vividas en otras fronteras, le relatan al desconocido de adelante por qué dejaron Venezuela, por qué abandonar algún país de Centro América, por qué viajar a Perú, porqué ir a Ecuador procurando "hacer muchos dolaritos", relatan el por qué de tantos viajes hacia Colombia. 

    Otrxs, cargan mochilas de viajerxs y con más entusiasmo en sus rostros hablan de todos los lugares que visitaran. Algunxs escuchan y parecen hacer el esfuerzo mental por comprender el español que suena…como murmullos bajitos. Es en medio de este silencio murmurante, cuando se rompe el sonido habitual ingresando un señor de estatura baja con una bolsa de obos en la mano (fruto dulce característico de Ecuador). Se dirige a la altura media de la fila y comienza a conversarle en un tono que puede escucharse en todo el lugar, a un señor mucho más alto que él, de piel morena, de tonada venezolana. El exuberante señor de tono elevado lleva bermudas verdes y una camisa estampada caribeña. Con lo más característico de su tonada argento-chilena le relata al venezolano con lo que se acaba de encontrar:
-¿Vieron eso?                                                                                                   
- No, ¿qué?
- Hay afuera, hay una kombi, de unos argentinos. Hace 2 años que viajan. Están haciéndose un pastel de manzana. Tienen su cama, su cocina. Esa es la buena vida hueóon.
- Qué bueno pana y ¿Quiénes son?
- No sé. Bandolerxs son hueóon. Eso dice la kombi.

     Se escuchan risas y el murmullo ya no es tan bajo. El señor bajito de bermudas verdes había roto el silencio y el clima de velorio que reinaba en el lugar. Rápidamente le tocó enfrentarse al funcionario migratorio y se dispuso a buscar el tan ansiado sello en su pasaporte. El silencio volvió a ser el protagonista de la oficina de migración donde se hace fila para salir o entrar a Ecuador. Todo volvió a la rutina murmurante de humanxs que caminan hacia el “control migratorio”.


     Observando escenas como estas, van 8 días y 7 noches. Es el lugar donde acontece casi todo lo que a la imaginación humana se le puede ocurrir. Desde agentes secretos no tan secretos, camiones antinarcóticos no tan antis, revisaciones vehículares constantes, baños sucios, cambistas que usufructúan con el valor del dólar y el peso colombiano, quesadillas que sufren el calor del sol, la vecina con su tiendita ambulante de cigarros y golosinas, oficiales que sugieren hablar con los medios de comunicación y confirman de ese modo la molestia que genera la presencia bandolera en un lugar de tantos actos ¿lícitos o ilícitos? 
    La experiencia transcurre del lado que dice llamarse “ecuatoriano”, aunque lxs bandolerxs recorren a pie uno y otro lado fronterizo de los 2 países limítrofes. Parece que buscan comida para la subsistencia de tantos días. Conversando con lxs vendedorxs de cargadores y chips se anotician de la posibilidad de encontrar agua. De este modo, lxs bandolerxs conocen a Don Raúl y su esposa Marta. Ellxs le confirman del tesoro que vive descendiendo por una escalera formada naturalmente, como a 6 metros hacia abajo, desde la cual proviene agua caliente que según el relato de lxs lugareñxs “viene directamente de la montaña”.

      Lxs Bandolerxs esperan que el agua sepa limpiar toda burocracia, falta de voluntad y lentitud de la que están siendo prisioneros. Dicen que se quieren ir. Que la situación no es cómoda. Conversan sobre los riesgos. Sobre cómo fortalecerse de tal experiencia. Tejen mandalas. Hacen manillas. Estudian mapas de Colombia. Revisan el motor del Caracol. dibujan, pintan.


   Se preparan, como mejor les sale, para conocer el 5to país de su aventura bandolera.